Juan “el Maracucho” era un tremendo bebedor “de aguardiente trapiado”, como decían sus compañeros de caña. Trabajaba en un bodegón, donde después de muchos sacrificios pudo hacerse socio para meterse un realero.
Desgraciadamente lo que comenzó como una bendición, degeneró en una maldición mortal para él y para toda su familia. Fue después de ese aparente éxito cuando su esposa “Lula”, así como sus hijos de 20 y 22 años de edad, cayeron en cuenta de que el comportamiento de ese hombre que siempre habían admirado se había hecho errático, desequilibrado y violento, debido al alcohol que ahora consumía hasta por las narices.
Ante esa situación insostenible, los hijos del “Maracucho” decidieron abandonar el nido ubicado al sur de Valencia. Los chamos emigraron hacia el norte, para una casa de su tía ubicada en la parroquia Goaigoaza de Puerto Cabello, estado Carabobo.
Los muchachos habían insistido a su mamá Lula en que se fuera con ellos, pero ella se negaba rotundamente a abandonar la casa familiar. Pese a todos los insultos e ignominias a que era sometida por “su panzón maracucho”, no podía desligarse de todos los años en que habían sido felices y pretendía rescatarlo. Craso error.
Una vez que se marcharon, los hijos de Lula no sabían que su padre había recrudecido su violencia y que ahora había tomado por costumbre golpear salvajemente a Lula cuando llegaba “rascao”.
Lula no se atrevía a denunciarlo, porque sabía que de hacerlo, “el Maracucho” iría derechito a la cárcel. Ella quería darle una oportunidad porque cuando él estaba sobrio, alejado de los demonios etílicos en su cabeza, le prometía con lágrimas en los ojos que se iba a portar bien.
Una tarde de sábado de diciembre de 2013, Lula, creyendo en las intenciones de regenerarse de su licencioso marido, acudió a la licorería donde éste laboraba y habló con el otro socio. Lula expresó su deseo de vender las acciones de la familia en el bodegón para que al final “el Maracucho” pudiera salir del vicio.
Por desgracia, al “Maracucho”, que estaba llegando en ese momento al establecimiento, no le hizo gracia el asunto e insultó espantosamente a su mujer, a quien de hecho agarró por un brazo y la lanzó a la calle como si fuera un trapo viejo.
El demonio en una botella
Aunque lo suyo era tragar cerveza, esa noche, “el Maracucho” se atiborró de bebidas espirituosas que sus “amigotes” y su socio decían eran lo mejor de lo mejor. El demonio estaba a punto de salir de la botella, pero él seguía tragando. Hasta las metras de alcohol, “el Maracucho” comenzó a vociferar y a alardear de que él era quien mandaba en su casa y que su mujer hacía lo que él ordenaba.
Sus “y que panas” (incluyendo al socio) lo retaron a demostrar eso y le apostaron dos cajas de cerveza a que le ordenara a Lula que se acostara con ellos. Enloquecido por los embates del dios Baco, “el Maracucho” llevó a los cinco hombres a su casa y ahí les abrió la puerta para que ingresaran como una jauría de diabólicas bestias.
La pobre Lula fue sacada de su cama a rastras, siendo ultrajada por los criminales, mientras que en la sala “el Maracucho”, embotado por el maldito alcohol, escuchaba los gritos, pero apenas si encarnaba las cejas y se echaba otro tercio negro.
Al alba del día domingo, “el Maracucho” se despertó con un poderoso dolor de cabeza. Estaba casi desnudo y tirado en el sofá de la sala. El reguero de botellas era tal, que semejaban los soldados muertos de una conflagración mundial. Rascando su panza homérica y sus genitales apestosos, “el Maracucho” caminó hasta el cuarto donde dormía con su mujer y lo que vio fue algo escalofriante.
Decapitada en la cama nupcial
Desnudo y tirado en la cama nupcial estaba el cuerpo horriblemente mutilado de su mujer. Una de las manos frías apretaba con fuerza del rigor mortis la foto del día de matrimonio que alguna vez estuvo en la mesita de noche.
Aparte, en el suelo de la habitación, la cabeza mutilada y desgreñada de Lula veía fijamente al “Maracucho” con sus ojos abiertos y vidriosos, rodeada por una alfombra de líquido rojo y pegajoso.
La cabeza le recriminó
al borracho
“El Maracucho” se fue en vómitos al ver aquel espectáculo tan dantesco y cayó de bruces, desmayado por completo. A los pocos minutos se repuso del desvanecimiento y al voltear la cara, tenía la cabeza decapitada de su mujer casi besándole el rostro.
Aterrorizado y relajando esfínteres, “el Maracucho” salió a la calle pegando gritos. Algunos vecinos y vecinas se metieron a su casa para ver qué era lo que estaba pasando y vieron el descuartizado cuerpo de Lula.
La mayoría pensó que “el Maracucho” la había asesinado y entre todos lo agarraron y lo amarraron a un poste para decidir de qué manera lo lincharían. En esos instantes arribaron las comisiones del Cicpc. En un abrir y cerrar de ojos el sitio fue rodeado por tierra y aire. El helicóptero no solo rugía amenazador, sino que grababa completamente los rostros sin capucha de los posibles verdugos. La turba desistió de asesinar al “Maracucho”, pero chillaban que era preciso castigarlo por el horrendo asesinato.
Para ese entonces, los asesinos estaban lejos de la escena del crimen. Huían tratando de alejarse inútilmente de la violencia sádica y feroz con la que habían asesinado a aquella pobre mujer, pero en vez de caer en remordimientos, se solazaban por el hecho.
Afortunadamente la muchedumbre enardecida no había linchado al desgraciado “Maracucho” y éste dio los nombres de “sus amigotes”, quienes sabía habían cometido la brutalidad contra su mujer.
Una comisión integrada por 20 agentes y dirigida por los investigadores para casos especiales, Carlos Salinas y Mario Pinto, rodeó el terminal terrestre de Puerto Cabello, pero ahí solo hallaron listines de abordaje de autobuses, donde los idiotas asesinos habían plasmado sus nombres y su destino hacia el terminal Big Low Center de Valencia.
Cuando las comisiones llegaron a este terminal carabobeño, ya habían salido muchos autobuses, pero en ninguno de los listines habían conseguido los nombres de los asesinos. Esta vez, ellos se lo habían pensado mejor y firmaron con nombres falsos.
Un rápido chequeo de los orígenes de estos sujetos, identificados como “El Loki”, “Zurdo”, “Quintiliano”, “Pitufo” y el Sr. Alberto (socio del “Maracucho”), determinó que posiblemente habían agarrado buses con destino a la frontera del Táchira con Colombia. Un rápido análisis de las rutas y de las unidades que habían salido en las últimas tres horas determinó la persecución.
En el terminal de Barinas, casi a la mitad de los 642 kilómetros de la ruta que pretendían seguir los asesinos desde la capital carabobeña hasta San Cristóbal, uno de los buses fue rodeado. “Loki” y el Sr. Alberto (el sucio y pervertido socio del “Maracucho”) bajaron del colectivo pegando chillidos y batiéndose a plomo con las comisiones.
Antes de que aquello dejara algún inocente herido, los agentes Carlos Salinas y Mario Pinto salieron de entre el cobijo de las patrullas y se batieron en duelo directo con los criminales. En pocos segundos terminó aquella escalofriante escena. El saldo era de dos criminales muertos, tres chillando por sus vidas con las manos en alto y el agente Carlos Salinas socorriendo al agente Pinto, cuyo chaleco antibalas había sido alcanzado por un proyectil y lanzado lejos como una barajita.
Los criminales que se rindieron relataron cómo habían “comprado a su víctima por dos cajas de cervezas al ‘Maracucho’ ”. Estos despiadados seres fueron a parar tras las rejas donde ahora se pudren sus existencias, pero “el Maracucho” obtuvo la muerte peor de todas. Fue preso igual, pero cada día jura que la cabeza de su mujer muerta lo sigue a todas horas y le recuerda que lo esperan en el mismísimo infierno para que pague por su alianza con el dios Baco y con la muerte. Caso materialmente resuelto.
Cambió a su mujer en una apuesta por dos miserables cajas de cervezas
agosto 21, 2014
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