Jesucristo es la Luz del mundo, y como sus seguidores, debemos ser luces que lo reflejen. Aunque la luz sirve para varios propósitos, el objetivo principal es brillar para que otros glorifiquen a Dios y sean atraídos a Cristo.
Por lo tanto, para brillar al máximo debemos tener en mente las siguientes verdades:
La luz brilla de forma más efectiva cuando no está oculta (Mt 5.15). ¿Ha tratado de ocultar el hecho de que es cristiano para ser aceptado? Como luces, debemos ser transparentes acerca de nuestra fe y amor por el Señor.
La luz es más brillante cuando la lámpara se mantiene limpia (Lc 11.34). Ya que la gente es rápida para detectar la hipocresía, debemos eliminar las actitudes y prácticas pecaminosas, que oscurezcan nuestro testimonio.
La luz revela lo que está escondido en la oscuridad (Jn 3.20). El Espíritu Santo usa nuestro carácter y nuestras acciones para que la verdad brille en los demás, al revelar lo que les falta: santidad. Al principio, pueden hacerlas sentir incómodas o culpables mientras el Espíritu Santo hace su obra de convicción, pero este es un paso esencial para la salvación.
La luz sirve para advertir del peligro y guiar hacia la seguridad (Ef 5.11-14). Dios es quien revela la condición pecaminosa de las personas y su necesidad de un Salvador. Por eso podemos compartir lo que ha hecho para reconciliar a la humanidad pecadora consigo por medio de su Hijo: la muerte de Jesucristo en la cruz pagó nuestra deuda de pecado en su totalidad, para que pudiéramos ser perdonados y tener vida eterna.
Para ser una influencia positiva, debemos reflejar la luz del Hijo de Dios y brillar nuestra luz en nuestros hogares, lugares de trabajo y comunidades.