La abundancia de versículos bíblicos que hablan sobre el dinero demuestra que Dios se preocupa por nuestra economía personal. Debido a que es un elemento esencial de nuestra vida, el dinero puede capacitarnos para ser mejores
mayordomos, enseñarnos autocontrol y fortalecer nuestra obediencia al Señor.
Tal vez el aspecto más grande de obediencia involucre nuestra voluntad de dar. La ley del Antiguo Testamento ordenaba contribuciones financieras para el mantenimiento del templo y el apoyo de los levitas que servían allí. Y el Nuevo Testamento muestra que los creyentes apartaban con regularidad una porción de sus ingresos para la obra del reino (1 Co 16.2).
No obstante, los temores y las excusas a veces nos impiden cumplir fielmente esta responsabilidad que Dios nos ha dado. Después de todo, dar el dinero que necesitamos para pagar nuestras cuentas puede parecer desacertado. Pero el Señor promete bendiciones desbordantes a quienes obedecen. De hecho, nos invita a probarlo en esto para que veamos si será fiel (Mal 3.10).
Cuando descuidamos nuestra responsabilidad de dar al Señor, expresamos incredulidad en su integridad y su poder, ingratitud por todo lo que nos ha dado, y rebeldía contra sus mandamientos. Y dado que la primera parte de nuestros ingresos le pertenece a Él, retenerla equivale a robar a Dios.
No piense que su situación económica es demasiado delicada para Dios, y que hará que rompa la promesa que nos ha hecho. La fidelidad de Dios depende de su naturaleza y su omnipotencia, y no se ve afectada por los problemas monetarios que tengamos. Confíe en Él, y dé con generosidad.