La fuente más obvia de sabiduría divina es la Biblia. Allí encontramos los principios del Señor para el correcto proceder, carácter y conducta que se aplican a las situaciones y decisiones a las que se enfrenta todo ser humano.
Todos somos capaces de recordar momentos en los que no reaccionamos con sabiduría. Esos incidentes se pueden remontar a una de dos posibilidades: o no conocíamos cierto principio bíblico, o conocíamos el principio aplicable, pero decidimos ignorarlo. Para asegurarnos de que estamos familiarizados con las normas de Dios y con la importancia de obedecerlas, tenemos que pasar tiempo leyendo y entendiendo su Palabra.
Por ejemplo, suponga que entra a la oficina y un compañero de trabajo le agrede verbalmente achacándole responsabilidad por un error costoso que usted no cometió. Su carne y el mundo le harían reaccionar con ira y malicia. Pero Lucas 6.27-29 ofrece un enfoque diferente, que podría ser algo como esto, dicho con amabilidad: “¿Hay algo más que quieras decirme? Gracias por comunicarme cómo te sientes al respecto”.
El conocimiento viene de aprender principios bíblicos; la sabiduría tiene que ver con su aplicación. El Señor nos advierte que guardemos su Palabra en nuestro corazón y en nuestra mente, para que obedezcamos sus instrucciones (Jos 1.8; Pr 8.33).
Al esforzarnos por vivir para Cristo, adquirimos sabiduría cuando profundizamos en la Biblia, hacemos lo que ella dice y observamos el resultado, incluso cuando las consecuencias parezcan menos favorables. No se requieren clases especiales; Dios solo quiere un corazón obediente y un espíritu dispuesto.