Todos nos presentaremos delante de Dios el día del juicio. Cada vez que surge el tema, me preguntan algo como: “¿Qué pasará con las personas en zonas remotas, que nunca escucharon hablar de Jesucristo?”. Quien hace esta pregunta, en realidad,
lo que está queriendo decir es ¿Cómo podría un Dios bueno enviar a una persona al infierno si no ha tenido oportunidad de conocerlo? En otras palabras, ¿cómo puede ser justo condenar a quienes nunca han escuchado el evangelio?
Para entender cómo juzga Dios, debemos reconocer dos verdades acerca de Él. Primero, Dios no está limitado. Aunque grupos de personas aún no tienen la Biblia en su idioma, Dios siempre llega a quienes tienen corazones abiertos para conocerlo. Hombres como Abraham y Moisés no tenían las Sagradas Escrituras; sin embargo, el Señor les habló.
Segundo, Dios se revela a todas las personas, tengan o no acceso a la Biblia. Como vimos ayer, Él no solo demuestra su poder y sus atributos a través de la creación; también programa nuestra conciencia para comprender las diferencias básicas entre el bien y el mal. Para quienes tienen la bendición de escuchar el evangelio en algún momento, Jesucristo es la revelación más grande de Dios.
Cuando las personas se presenten ante el Padre, Él las juzgará según tres criterios: la cantidad de verdad a la que cada una estuvo expuesta; cuántas oportunidades tuvo de aceptar la verdad y de compartirla con los demás; y lo que hizo con esas oportunidades. La responsabilidad del creyente, entonces, es alcanzar al mayor número de personas con el evangelio, para que nadie tenga que preguntar “¿Qué pasa con los que nunca escucharon hablar de Jesucristo?”.