El temor a ser reprendido o señalado por los demás cuando cometemos pecado nos cohíbe de confesarlo, por lo tanto las consecuencias que se generan producto del silencio son devastadoras
. Nuestro espíritu va apagándose hasta el punto de preferir la muerte que seguir viviendo, debido a que la carga se hace más pesada e imposible de sostener.
Por eso, es necesario que permanezcamos bajo las alas del Altísimo, las cuales nos darán aliento de vida cuando nuestro corazón se quebrante delante de Su Presencia y reconozca que ha fallado.
Dios no se aparta; nosotros nos alejamos cuando dejamos que el enemigo ciegue nuestro entendimiento y pecamos. Muchos piensan que Dios tiene un látigo para castigarnos por nuestros hechos, y no es así. Él, al que se arrepiente y confiesa sus pecados, lo espera con los brazos abiertos para restaurarlo y levantarlo.
No importa la magnitud de tu pecado; tan solo importa que reconozcas al único que tiene un corazón lleno de misericordia y nos da la oportunidad de empezar de nuevo, haciéndonos entender que ese lugar (pecado) no es para nosotros y dándonos las fuerzas para no volver a hacerlo