Lo más poderoso que un cristiano puede hacer es orar. Aun así, ¿con qué frecuencia hacemos que la oración sea nuestro último recurso? Quizás fue esta tendencia humana lo que impulsó al Señor a recordarnos que debemos perseverar al hablar con nuestro Padre celestial.
Los tiempos verbales del pasaje de hoy en el griego original podrían traducirse como “seguir pidiendo, seguir buscando y seguir llamando”. Perseverar significa continuar en un rumbo particular a pesar de los obstáculos. No se trata de la actitud pasiva de pedir una sola vez, y cruzarse de brazos para esperar la intervención del Señor. Las palabras buscar y llamar implican acción y esfuerzo para discernir la voluntad de Dios y avanzar en esa dirección.
En realidad, descubrir la voluntad de Dios es el verdadero propósito de la perseverancia, no para anularla o hacer que Él cambie de opinión y haga las cosas a nuestra manera. Por medio de la firmeza en la oración, aprendemos a enfocarnos en la fidelidad del Señor, en vez de en nuestras circunstancias, las cuales pueden no mostrar señales de cambio. Orar con tenacidad desarrolla nuestra confianza y, al mismo tiempo nos enseña a depender de Dios.
Dios promete que en su debido momento recibiremos respuesta y encontraremos lo que buscamos. Es entonces cuando descubrimos que nuestro Padre celestial siempre nos da lo que es bueno, aunque no se vea como lo esperamos, o no se ajuste a nuestro plan. A través de sus respuestas, adquirimos una fe más grande en Él y una mejor comprensión de lo que el Señor considera bueno. Entonces sabremos cómo orar con más sabiduría conforme a su voluntad la próxima vez que tengamos una necesidad.
Biblia en un año: Jueces 18-19