Como millones de inmigrantes en Estados Unidos, Natti Natasha también pasó «más trabajo que un colchón viejo» en una factoría, en la que ganaba unos 200 dólares semanales.
Fue en el 2010 cuando esta dominicana nativa de Canabacoa, en Santiago de los Caballeros, decidió quedarse de manera ilegal en Nueva York. Para entonces, ya tenía 23 años, pero con los sueños de una adolescente.
Previo a tomar la decisión de quedarse en Nueva York estaba en una encrucijada porque le faltaban pocas materias para terminar la carrera de ingeniería industrial en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM) en Santiago.
Que fuera profesional era el sueño de toda la vida de sus padres. Que esa niña que con tanto amor se crió jugueteando en la casa familiar fuera una gran profesional que llenara de orgullo a todo un clan. Sin embargo, las expectativas de la joven andaban diametralmente opuestas, estaban en la música.
Sus progenitores «me decían que yo estoy de fantasiosa» por su afán de ser cantante y le insistían en que se graduara en la universidad.
«Si tu mamá y tu papá te están pagando los estudios y ven que tú estás (en otra cosa), no despreciando porque no lo desprecié, simplemente yo no sentía que era lo mío, yo estaba haciendo ese título más para mis padres que para mí», comentó a Santiago Matías para su canal de Youtube.
Sobre el tema abundó: «En ese momento eso (ser ingenieria industrial) no era lo mío y para ellos todo lo que yo quería era fantasioso. Una persona normal juzgaría a uno de esa manera».
+ El sueño de ser cantante
Contra la voluntad de su padres en ese verano del 2010 decidió quedarse en Nueva York para perseguir su real sueño: la música.
Para lograrlo la antesala fue infernal y tuvo que enfrentar la dura realidad de vivir de manera ilegal, sin casa, sin apoyo familiar, en la urbe americana.
Una amiga la acogió en su casa durante un tiempo y para ayudar en los gastos se vio obligada a trabajar en una factoría.
«Sí, trabajé para una factoría, donde trabajan muchas personas ilegales. Me recuerdo que era haciendo los paqueticos de unos maquillajes bastante famosos que muchas de nosotros usamos. Era en una línea de producción», contó a «Alofoke».
En la factoría no tenía hora de salida: «Ahí era el horario que le daba la gana a la persona, a la guagua que llevaba a la gente allá, un grupito».
Su explicación: «Si había mayoría de las personas que estaban en el grupo que se querían quedar a hacer extra horas, y te estoy hablando de extra horas no de tres, ni de cuatro ni de cinco, te estoy hablando de diez horas más, si esa mayoría decía que se quería quedar pues entonces uno también tenía que quedarse».
Según ella, su salario era de unos 200 dólares. «Lo que yo me ganaba en la factoría yo lo dejaba todo (en la casa donde estaba) porque talvez eran 200 dólares al mes y eso no me daba para nada, eso me daba para poder aportar un poquito más o menos en la comida de donde yo me estaba quedando. Y se sentía horrible».
Un inesperado encuentro en un estudio de Nueva York le dio la razón a sus persistencia. Don Omar escuchó su voz, le gustó y la mandó a buscar. Desde ese día su historia cambió y sus sueños comenzaron a hacerse realidad.